Más allá de las cifras de equis o ye de centros de observación o análisis ciudadano, o de las “consideraciones” de las instituciones públicas como la Fiscalía de Justicia o la Comisión Estatal de Seguridad (CES), somos los reporteros los que podemos tener una medición más “exacta” de lo que sucede en fenómenos sociales como, en este caso, el crimen y la violencia en Morelos.
Los números alarmantes en materia de asesinatos dolosos en Morelos (más de 60 en lo que va del años) son un indicador real de lo que sucede en un territorio: la guerra entre cárteles. Y la percepción ciudadana también nos da una lectura contundente.
Es cierto que delitos como la extorsión, el feminicidio y hasta el secuestro aplican en números y abonan al clima de terror que vivimos en Morelos, pero nada es más electrizante que ver los números de los asesinatos a sangre fría y, sobre todo, verlos físicamente en la calle.
Sin lugar a dudas, en este momento, en Morelos, nos acercamos vertiginosamente a la época de terror del gobernador panista Marco Antonio Adame Castillo, donde el número de asesinatos dolosos era de tres, cinco, siete o más de diez o más, en una sola noche.
La dimensión de la situación nos la da también esta circunstancia: Los reporteros teníamos que hacer guardias nocturnas y repartirnos las coberturas para poder llegar a todos los acontecimientos.
Independientemente del terror que representaba andar por las calles en las noches y en las madrugadas, sabiendo que en cualquier momento podíamos cruzarnos con los mismos sicarios.
Las calles eran (y son) solitarias, algunos los vehículos a alta velocidad con varios hombres dentro, coches en sentido contrario en calles y avenidas con hombres armados, y un largo etcétera de hechos de los que hemos sido testigos y que nos daban una idea de cómo estábamos dominados por ellos, formaban parte de la experiencia.
Así estamos ahora, y podemos estar peor.
Y es que a pese a lo que digan, al término del gobierno de Adame y el inicio de la administración de Graco Ramírez, estos hechos se fueron suavizando, nunca desaparecieron, pero si hubo un descenso, no sólo en el número de muertos diarios, sino en las manifestaciones públicas de violencia como ataques con bala y fuego a centros comerciales, lotes de autos, comercios, discotecas ó cuerpos colgados en puentes, cuerpos seccionados en las calles, cuerpos abandonados -a veces por por ramillete- en las carreteras y autopistas, etcétera.
Hoy, parece que estamos reeditando aquellos inicios de los tiempos de Adame. La violencia está a tope. Aunque lo nieguen las autoridades, así empezó todo y vamos directo al precipicio.
Los reporteros lo vimos, lo escribimos, lo videograbamos y los trasmitimos, por lo que no pueden negar la realidad. Es cierto qué hay “un chingo” de delincuentes en la calle, como dice el gobernador Cuauhtémoc Blanco, pero tampoco se observa una estrategia eficaz, ni decidida para atemperar esta realidad.
Sin echar culpas a nadie en especial, creo que sabemos, al menos atisbamos, por dónde tenemos que comenzar: por el liderazgo en el manejo gubernamental.
@DavidMonroyMX