Antes de iniciar, me gustaría darme la licencia de no escribir sobre política, de políticos, ni de gobernantes. Creo que es justo que hablemos de nosotros, el abierto animal inteligente que hoy se encuentra aterrorizado, cuando debería —desde hace mucho— estar aterrorizado de si mismo.
El coronavirus está poniendo en su justa dimensión al ser humano. Gracias a este mal y a este diminuto virus, que no es mas que una molécula de proteína rodeada de lípidos, el humano en general comienza a replantearse si es el centro del universo, si de verdad es un ser tan superior, incluso, si sus creencias han sido los suficiente para vincularse con su divinidad.
No sólo es la virulencia, la velocidad o la contundencia con la que este virus ha atacado al mundo lo que desconcierta al ser humano. Por supuesto que lo sacude el hecho de saberse inerme ante él, pero creo que es en la dualidad de este virus, donde reside la mayor parte de la hecatombe personal que vive casi cada individuo, que ha tomado conciencia de lo que está pasando.
El hombre tiene profundamente arraigado que su fin llegará por medio de “algo” más grande y potente que él. Algo imponderable, inesperado, letal, pero mas grande que él, sin embargo, la sacudida que internamente vive se debe no sólo a la letalidad de este virus, sino al accidente de que este ser, además de letal, es “invisible” y por lo tanto mas amenazante que cualquier cosa.
No se puede dejar de mencionar que el hombre, sintiéndose poderoso sobre toda la naturaleza -aunque no lo sea- creía que tenía todo bajo control. Y ya vemos que no es así.
Pero también observa que todas esas creencias de superioridad se han venido abajo en unas cuantas semanas, incluso, de un momento a otro, pues mientras sabe que el virus que le ataca es tan pequeño que no le puede ver o atrapar, es también, al mismo tiempo, tan grande como para quitarle la vida. Una paradoja pero también una muestra -al mismo tiempo- de lo grandioso del Universo: en el COVID-19 se expresa el enunciado número uno de los 7 principios del Universo: La dualidad.
Nunca había escuchado con atención —este domingo— al Obispo de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, ni a ningún clérigo, porque veo que casi siempre están interesados en cosas mas mundanas y materiales que en el ministerio al que decidieron entregar su vida: Ramón Castro Castro habló de la tribulación por la que atraviesa el ser humano, pero también de la ceguera interna y permanente en la que vive por su profunda egolatría, fanatismo e ignorancia de muchas cosas.
Me llamó la atención porque esa pieza que Castro Castro mencionó, terminó por armar el rompecabezas de conclusiones a las que me han llevado estas semanas de tanto muerto, dolor, desesperanza y terror: Cuando Castro Castro dijo que “Dios no está hablando, (sino que) está gritando”, con el COVID-19, se resume gran parte de lo que quiero decir.
No, no estoy hablando de religión, es más, ni siquiera de Dios como lo quiere usted ver. Estoy hablando de ese abandono en el que el ser humano se mantiene, ciego por el dinero, por el éxito, por el oro, por lo material, etcétera, y ha dejado de lado lo que realmente debe importarle para regresar a su centro primario: su interior.
Hoy quizás algunos tendrán oportunidad de contar lo vivido, otros, se quedaron con las ganas. Bueno, quizás ni cuenta se dieron. Mi pregunta es si con lo que está pasando ¿será suficiente para que el ser humano termine por entender lo que sucede y lo que el entorno está tratando de decirle para ubicarlo? ¿Habremos entendido? ¿Habremos recuperado el rumbo? o ¿será una reedición del arrepentimiento y reflexión pasajera para regresar a ser lo ruin, destructor y depredador que siempre ha sido?
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