Hubo un tiempo en Morelos, ya lejano, en que las instituciones hacían como que funcionaban y algunas veces hasta lo hacían, funcionaban a medias o a cachitos
Pero llegaron los tiempos de que para tapar una tropelía y evitar castigo se sobornaba a los funcionarios de las instituciones.
Y los sobornos eran, parodiando al dicho aquel, “según el sapo es la pedrada”, es decir soborno gordo para el “señor” y mugrosos billetes de a 20 para la madrina del “inspector”.
Por ejemplo, tenemos el caso de Licencias y Reglamentos del Ayuntamiento de Cuernavaca (yo hace ya mucho tiempo que le quite la H de honorable, cuando me refiero al Ayuntamiento, porque el estiércol que ahora son, no tiene nada de honorable), bueno, estos cuates, junto con los de Ecología, son la corrupción de la corrupción.
Quejas, demandas, llamadas de auxilio contra el gansterismo de estos funcionarios públicos, se desgranan por centenares. Pero… como si nada, el moche, el soborno, apaga toda queja, tapa el clamor de justicia, castra la demanda de justicia.
Y pasa por que el aceite es lubricante y la aceitada que se les da a inspectores, y funcionarios se esparce y llega a todo el edificio del Ayuntamiento. ¿Quién me lo va a negar?
Por eso digo, antes las instituciones funcionaban aunque fuera un poquito, hoy para nada, funcionarios e inspectores salen en las mañanas como buitres a ver que pepenan, los coyotes van y vienen con palabras de arreglo, sobres de billetes (bueno, eso ya paso de moda, por aquello de las ventaneadas, ahora son depósitos en Panamá, Grand Cayman u otro de las paraísos fiscales).
Ahora, para mí el Ayuntamiento de Cuernavaca es como una gran cueva, maloliente, llena de los fétidos olores de la corrupción, donde habitan una docena de coyotes, unos grandes, otros chicos, que nada más están viendo a quien (perdónenme la expresión) chingan, porque nada más tienen tres años para hincharse de billete y en eso están, La institución les vale un bledo, ellos a lo suyo, apañar billete, como sea, de quien sea y por lo que sea.